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Ojo por ojo


La carretera formaba meandros artificiales que serpenteaban cruzando aquel puerto de montaña.
Cada día Miguel hacía ese pesado camino hasta su casa después de una larga jornada de trabajo en la oficina.
Aquella noche se había entretenido con unos compañeros y las horas se consumieron rápidamente, como si el reloj suspendido en la pared de aquel bar se hubiera comido con hambre de tiempo al menos, un par de horas de más.
Los ojos se le cerraban lentamente como si se tratara del telón de un viejo teatro, se golpeó dos veces en la cara dejando una marca sonrojada en su mejilla. El viaje se estaba siendo demasiado pesado y pensaba que lo mejor hubiera sido pasar la noche en algún hotel de la zona.
Mientras subía el puerto la niebla se hacía mas densa, un mar de finas lágrimas se alojaban sobre el cristal de su Ford Mondeo.
Cerró por un instante los ojos, sus manos abandonaron por un momento el suave cuero que forraba el volante, cuando los abrió, una sombra golpeó su parabrisas, frenó bruscamente y bajó de su coche con el alma aún conmocionada.
Una figura yacía en el asfalto dibujando una silueta terrorífica que parecía formar parte de aquel tétrico lugar.
Miguel no quería tener problemas, subió de nuevo a su coche y se alejó derrapando los neumáticos de su Mondeo.
Cuando llegó a su casa, Isabel, su mujer lo esperaba impaciente y algo preocupada:
- ¿has visto la hora que es? Me tenías preocupada -. El ejecutivo tenía la mirada perdida, no podía dejar de visualizar aquella imagen que seguía plasmada en su retina, aquel bulto ocupando el negro asfalto.
Miguel subió apresuradamente las escaleras, entró en su dormitorio y se enfrascó entre las sábanas de su cama.
La noche no parecía querer abandonar la habitación del matrimonio. El aterrorizado hombre llevaba varias horas intentando dormir pero era incapaz de pegar ojo.
Una extraña fuerza amparada en la oscuridad le hizo mirar al pie de la cama, una silueta se alzaba inerte, Miguel intentó levantar su cuerpo que se encontraba totalmente inmovilizado, como si una pesada roca lo sepultara contra el colchón. La figura que parecía flotar y elevarse sobre la cama se inclinó hasta que se colocó a la altura del aterrorizado ejecutivo. Los ojos casi desencajados de ese ser se clavaron sobre Miguel, la cara ensangrentada dejaba caer gotas de sangre que se introducían en su boca y le dejaba un fuerte sabor a oxido, como si masticara pequeñas bolas de metal.
De pronto la tenebrosa sombra se desvaneció, su cuerpo saltó de la cama como un resorte, por su espalda resbalaba un río de sudor helado, se volvió y observó a su mujer placidamente dormida. Agarró el reloj de su mesita de noche, los dígitos destellantes marcaban las dos y cuarenta y cinco de la madrugada.
A la mañana siguiente Miguel se levantó temprano como siempre para ir a la oficina, se preparó un café y se sentó delante del televisor a ver las noticias.
Un accidente de tráfico. Una victima más en la carretera. Ese tramo de vía le era familiar, ¡si!, no había lugar a duda, allí fue donde se le atravesó esa cosa.
- El cuerpo fue hallado con vida aunque su corazón dejó de latir mientras la ambulancia se dirigía al hospital más cercano, la muerte oficial fue exactamente a las dos y cuarenta y cinco de la madrugada -.
Después de oír las noticias el gesto de Miguel parecía haberse congelado como si una gélida brisa petrificara cada músculo.
Se levantó del sofá y con paso tembloroso agarró su carpeta y atravesó el umbral de su casa camino de la oficina.
Isabel despertó con un beso en la frente a su hijo Víctor, tenía tan solo seis años y sin duda era el rey de la casa:

- Mamá, ¿quien es ese chico? -. Preguntó el pequeño mirando fijamente la entrada de su cuarto.
- Aun andas dormido hijo mío, levántate y ve a lavarte la cara -. Le replicó Isabel sin dejar de mirar al punto donde su hijo afirmó haber visto al presunto chico.

La mujer fue al baño para acomodarse su larga melena, le gustaba peinar su sedosa y dorada cabellera.
Pintó sus labios reflejados en el espejo de un color fucsia a juego con su blusa nueva. Era incapaz de ver la figura fantasmal que se encontraba tras ella, balanceaba su cuerpo como si fuera el péndulo de un antiguo reloj colonial, la miraba fijamente tras aquella máscara de hierro que cubría su rostro.
Isabel se dio la vuelta:

- Víctor vas a llegar tarde, date prisa o perderás el autobús -La sombra desapareció como el humo de una hoguera mal extinguida, justo delante de Isabel.
Miguel se encontraba desorientado aunque estaba sentado en el cómodo asiento de su escritorio en el ático de aquel céntrico y espectacular edificio. El sudor frío no dejaba de regar su frente y la corbata cada vez se le estrechaba más y más, se sentía muy agobiado.
Entró en el aseo y se miró al espejo, bajó su cabeza para lavar su cara, respiró tranquilo, apoyado sobre el lavabo. Ya más relajado levantó su pesado torso, parecía sentir una pesada losa que tiraba de su cuello, detrás de él una silenciosa figura lo observaba. Miguel se volvió:

- ¡Joder! Matías me has asustado -. Gritó mientras se dejaba caer sobre la pared.
- Lo siento Miguel, esta mañana te he visto en la reunión un poco ido y vine a ver como estabas -. Explicó su compañero mientras le ayudaba a incorporarse.
- Estoy bien vale, preocúpate mejor por tus asuntos -. Le dijo Miguel con un tono bastante desagradable mientras daba un portazo.
Cuando acabó la jornada bajó al parking ya más tranquilo, ese chico no había vuelto a molestarlo. Se dirigía a su coche y una sombra cruzó tras de él, se volvió y no alcanzó a ver nada. Siguió caminando y unos pasos se unieron a los suyos en el silencioso vacío del parking.
Se volvió otra vez y un hombre con el rostro encapuchado lo miraba desde el fondo del garaje, Miguel corrió hasta su coche y el personaje que lo acechaba se acercaba cada vez más. Miguel casi sentía el aliento de su perseguidor en la nuca. cuando llegó al coche no conseguía abrirlo parecía bloqueado, suplicaba mientras pulsaba el mando desesperadamente. Ese tipo estaba ya muy cerca y Miguel podía ver el enorme cuchillo que portaba en su mano derecha.
El ejecutivo en un momento de lucidez abrió su coche de forma manual introduciendo la llave. Cuando se disponía a entrar, el encapuchado aguantó la puerta y forcejeó sin excito, Miguel le propinó una patada. Por fin estaba a salvo en su coche, respiró por un instante. Un golpe sobre el cristal lo hizo estremecerse de nuevo, el encapuchado golpeaba una y otra vez el vidrio con el enorme machete. Miguel arrancó con sus manos temblorosas y se dirigió hacia la entrada arrancando de cuajo la barrera del parking.
Cruzó varias manzanas derrapando en cada curva como un auténtico kamikaze. Detuvo el coche justo en medio de la vía y se puso a llorar apoyado sobre el volante sin percatarse que el ser que lo atormentaba viajaba justo detrás de él, observándolo con los ojos inyectados en sangre.
Al ejecutivo le tocaba lo más difícil, atravesar aquel terreno inhóspito y el temor en su mirada se hacia físico en el temblor de sus rodillas.
Bajó el parasol del coche para evitar que lo cegara el sol que se perdía implacablemente tras las colinas.
Se dio cuenta que estaba a punto de atravesar la curva en la que la noche anterior había atropellado a aquel chico.
No podía creérselo, en medio de la carretera se encontraba un cuerpo envuelto en una especie de chubasquero. Paró en el arcén y se acercó muy despacio pensando en porque no habría socorrido a aquel chico la noche anterior, el plástico que cubría aquel bulto, ondulaba al viento produciendo un ruido que encogía el alma.
Miguel llegó al pie del extraño obstáculo, se agachó mientras sentía su corazón galopando dentro de su pecho advirtiéndole del inevitable peligro.
Estiró la mano para apartar el chubasquero que lo cubría. Al tirar del ropaje como de forma automática y empujado por la presión del momento alzó un grito que retumbó por cada rincón de aquel oscuro paraje, los cuervos que miraban desde los ramales próximos, como improvisados espectadores de atuendos negros, emprendieron un silencioso vuelo hasta perderse entre la maleza.
Debajo de esos ropajes no había nada, suspiró tranquilo, pero tras de él unas pisadas hacían crujir las ramas secas de los arbustos próximos a la carretera.
El encapuchado que lo había perseguido en el parking hizo presencia portando el inmenso machete que relucía en el umbral de la reciente noche.
Miguel retrocedió varios pasos y lo desafió:

- Maldito bastardo, da la cara, ¿Quién coño eres? -. El misterioso hombre echo mano de su pasamontañas y se despojó de él poco a poco.
El ejecutivo no podía creérselo:

- Matías, ¿eres tú? -. Preguntó Miguel, mientras observaba perplejo que su atacante, no era otro, que su amigo y compañero.

- Si querido amigo, ¡eres un cabrón! ¿Que te hizo mi hermano para dejarlo morir como a un perro en medio de la nada? -. Mientras Matías explicaba se aferraba cada vez más al puñal que blandía.
- ¿Tú hermano? ¿Cómo sabes que yo lo atropellé?
- Esa misma noche, a las cuatro y cuarenta y cinco de la madrugada, mi hermano me despertó y me hizo esto -. Se levantó la blusa y en una gran cicatriz situada en su pecho se podía leer MATALO.

Miguel se derrumbó y se arrodilló sobre el aún ardiente asfalto, comenzó a llorar desconsoladamente:

- Perdóname, estaba asustado, yo no quise abandonarlo, me pudo el miedo -.
- Entiéndelo, si no hubieras sido un maldito cobarde mi hermano seguiría vivo, te dejaré aquí tirado, desangrándote, como tu hiciste con él -.

Después de esas palabras Matías se abalanzó contra Miguel que aun seguía derrotado sobre el suelo de alquitrán. El gran arma casi secciona la yugular del ejecutivo pero pudo zafarse. Los dos hombres se retorcieron en la oscuridad intercambiando golpes y gestos de dolor.
Miguel se levantó y se puso contra un árbol seco que se alzaba sin vida en el arcén de la carretera:

- Espera Matías iré a comisaría y me entregaré, que la ley haga lo que tenga que hacer -. Intentó calmar la furia desbordada de su ex amigo.
Unas sonoras carcajadas se oyeron en la fría noche:

- La ley la impartiré yo, no tienes salida, te prometo que la herida será lo suficientemente profunda y no tardaras en quedarte sin gota de tu sucia sangre -.

Alzó su arma implacable y corrió impulsado por la ira que corroía su alma, cuando estaba apunto de darle muerte, Miguel se aparto con un gesto tan rápido que Matías casi no pudo ver una rama que sobresalía de aquel cadáver de madera que atravesó su cráneo produciendo un desagradable ruido.
Miguel observó a su compañero, sus ojos mostraban un escalofriante color blanco, la boca abierta no dejaba escapar ni pizca de aliento, de la herida brotaba un repugnante y viscoso fluido grisáceo.
Caminó hasta su coche para dirigirse a comisaría. Cuando se puso al volante vio una vez más a ese chico, en el mismo sitio donde acabó con su vida:
- ¿Qué quieres de mí? Perdóname, no quería que murieras, solo me asusté -.

El chico hizo un gesto con su mano para que el ejecutivo se acercara. Se acerco llorando y con su cuerpo casi abatido, sin fuerzas, como un pobre zombie.
Se paró frente al chaval que lo miró, su cara estaba mutilada le faltaba la mejilla izquierda y la mandíbula inferior.
Miguel sintió un ardor en el estómago, le hervía las entrañas como si dentro de él se consumieran sus órganos vitales. Se levantó su camisa, en su vientre se podía leer en una herida profunda OJO POR OJO. Cuando alzó la vista el chico había desaparecido y en su lugar solo podía distinguir una intensa luz y un sonido que lo arrasó. Un camión lo arrolló como si fuera un pelele.
Antes de dejar escapar su último aliento, vio al chico frente a él, sonriendo, y cerrando los ojos por última vez se desvaneció, dejando solo oscuridad.



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