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Una sonrisa frÃa![]() El sol se asomaba tÃmidamente por encima de los edificios. Desperté animada, era mi primer dÃa de clase en aquel instituto. Mis padres se habÃan mudado a la ciudad por motivos de trabajo y yo me habÃa prometido pensar en positivo. Caminando hacia el instituto, observaba como las personas que caminaban por mi lado iban como mecanizadas, mirando al frente, con la mente inundada de problemas y posibles soluciones. Al girar la esquina de una antigua biblioteca me tropecé con un chico, caà al suelo:- ¿Qué haces? - le pregunté mientras me levantaba dolorida. El chico me miró a los ojos, sonrió y me pidió educadamente disculpas. Su tez era pálida, como si el sol no hubiera tocado su piel durante años, los ojos profundos y claros, parecÃan pozos de agua cristalina y una voz dulce y aterciopelada. Me pidió una vez más disculpas y desapareció tan rápido como habÃa echo presencia. Cuando llegué a clase, el profesor educadamente me invitó a entrar y me presenté al resto de compañeros. Me senté casi al final del aula, estaba tranquila. Algún tipo de impulso me hizo girar la cabeza hacÃa atrás. Mi corazón empezó a bombear a mil por hora, sentà una presión en mi pecho que no me dejaba apenas respirar. Ahà estaba el chico con el que habÃa tropezado un rato antes. No se porque mi cuerpo reaccionó asÃ, mucha casualidad encontrármelo allÃ, pensé. Otra vez me regaló esa sonrisa frÃa, no se porque pero su presencia me ponÃa nerviosa. Agaché la cabeza y no la levanté hasta que el estruendo de la sirena del descanso me estremeció cada hueso del cuerpo. Salà de clase y al doblar la esquina del pasillo me lo encontré de nuevo apoyado sobre la pared. -hola -. Me saludó con esa voz tan peculiar. - hola -. Contesté yo aun nerviosa. El chico tenÃa dibujada una sonrisa frÃa en su rostro, ya he hecho un amigo, pensé. Yo seguà caminando sin mirarlo pero noté como su mirada se clavaba sobre mÃ. La mañana transcurrió con normalidad, de nuevo la sirena que marcaba el final de la jornada educativa me retumbó el alma. Caminé sin prisas hasta casa, tenÃa que acostumbrarme a esas calles anchas y repletas de vida. Cuando llegué a casa, después de almorzar me dediqué a lo que mas me gusta, escribir, estaba narrando la historia de un chico que después de un grave accidente le sucedÃan cosas extrañas y paranormales. De pronto sonó el teléfono. - ¡ya respondo yo! - grité a mi madre desde mi cuarto. - ¿quien es? - pregunté. - hola -. Otra vez esa voz, estaba segura que era ese chico. - ¿Como has conseguido mi número de teléfono? Pregunté con voz entre cortada. - Eso da igual, ¿no crees? solo querÃa darte la bienvenida a la ciudad -. Explicó con un tono de voz tenue y algo misteriosa. - Gracias, ¿como te llamas? -. Después de varios encuentros aun no sabÃa su nombre. - Cristian -. Después de pronunciar su nombre la llamada se colgó. Por lo menos ya sabÃa como llamarlo. A la mañana siguiente me levanté muy cansada, no habÃa descansado nada bien, será el cambio de ambiente. Cuando llegué a clase, ya era algo tarde, mis compañeros estaban todos sentados. Cuando me senté me di cuenta de que Cristian, ese chico extraño, no habÃa asistido a clase. Me extrañé, el dÃa anterior parecÃa encontrarse bien, un poco pálido, pero bien. Los dÃas pasaban y Cristian seguÃa sin aparecer. Al cabo de los dÃas, cuando me encontraba escribiendo en mi cuarto sumergida en mi relato. Sonó el timbre de la puerta, mis padres estaban trabajando, asà que tuve que bajar yo. Cuando abrà la puerta mi rostro se iluminó, era Cristian con su sonrisa frÃa, mirándome fijamente. - Hola, necesito los apuntes de estos dÃas y pensé que tú podrÃas pasármelos -. lo miré y sonreÃ, la verdad me tenÃa preocupada. - claro, pasa-. Su carpeta estaba confeccionada a modo de mural deportivo, con fotos de sus futbolistas favoritos. Después de pasar los apuntes se levantó y tomó el relato que estaba escribiendo: - que escribes -. Me preguntó mientras que pasaba las hojas lentamente. Le expliqué la idea de lo que estaba narrando, sonrió y dejó la carpeta encima del escritorio. Bajamos a la cocina y allà intercambiamos nuestras inquietudes y planes de un futuro próximo. Se levantó y caminó hasta la salida de la casa. - Bueno ya debo irme, te doy las gracias por todo -. Cristian salió .Solo cerrarse la puerta, entró mi madre. Me puse nerviosa, seguro que mi madre habÃa visto salir a mi extraño amigo y el sermón estaba asegurado. ¡No!, ¡no me dijo nada! parecÃa imposible que no lo hubiera visto, pero era mejor asÃ. Cuando subà a mi cuarto me di cuenta de que su carpeta estaba sobre la cama. La sostuve entre mis manos, en el extremo estaba su nombre completo y su dirección. Caminé por calles, preguntando a los transeúntes y llegué hasta una zona residencial. Cuarenta y dos, cuarenta y tres... cuarenta y cuatro de la calle Monzón. Estaba frente la casa de mi nuevo amigo. Toqué el timbre de aquella casa, con una fachada gris mal cuidada, como si una brocha no hubiera pasado por allà en años. Después de varios intentos, desistà y me di la vuelta. En ese momento la cerradura de la casa empezó a chirriar: -¿quien es? -. Preguntó una voz de mujer que se escondÃa tras la puerta entreabierta. - Hola señora, soy una amiga de su hijo Cristian, se dejó su carpeta en mi casa... No me dejo continuar, abrió la puerta del todo, estaba desaliñada y con muy mal aspecto, aunque era una mujer bastante guapa. La mujer tomó la carpeta en sus manos y se puso a llorar desconsoladamente, yo no entendÃa nada. -Eso es imposible, Cristian murió hace cinco años, en un accidente de tráfico -. Explicó la mujer entre lágrimas. - no puede ser, ayer mismo estuvo en mi casa -. Repliqué mientras los vellos se me levantaban al compás de las palabras de la desconsolada señora. Ya más tranquila, me invitó a entrar a su casa, las paredes se vestÃan con fotografÃas de Cristian, donde aparecÃa con una sonrisa mucho más cálida, más agradable. La señora se sentó frente a mÃ: - hace cinco años Cristian tuvo un accidente fatal mientras que circulaba con un amigo en una motocicleta, volvÃa de clase y su carpeta nunca la encontraron -. Siguió explicándome con la mirada clavada sobre una foto de su hijo que estaba sobre la mesa del salón. - ¿Y que pasó con su amigo? -. Pregunté con gestos de indudable curiosidad. - Aun sigue internado en un psiquiátrico, el que esta a las afueras de la ciudad. Después del accidente empezó a delirar, decÃa que los fantasmas lo atormentaban, incluso que Cristian pasaba toda la noche al pie de su cama, siempre mirándolo a los ojos y con una sonrisa frÃa. Se me pasó por la mente el momento en que Cristian miró el relato que estaba encima de mi escritorio y sonrió de esa forma tan peculiar. Casi diez años después, pienso que al doblar cada esquina me encontraré con él y que me volverá a regalar esa sonrisa frÃa. Solo tengo claro que desde el dÃa que se me cruzó, amo más la vida que me tocó vivir y que el recuerdo inerte de su imagen me acompañara siempre. |
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