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El violín


Ya llevaba un tiempo sin tocar… sin sentir aquella música que empezaba a sonar al abrir el estuche. ¡Ah! (Suspiró) ¡Cómo echaba de menos aquellos tiempos! Todo era más fácil que ahora. Sam había tocado su precioso instrumento en numerosos locales, bares, pubs, discotecas, clubes, fruterías, carnicerías, supermercados… y un sinfín de lugares más. Eso sí, era fiel a sus maestros y siempre tocaba la misma música. La gente no entendía la forma de expresar su talento y huía horrorizada, aunque algunos, al oír aquellas melodiosas notas, no podían moverse de la fascinación que les causaba, desmayados de emoción algunos, delirantes de pasión otros… Sam recordaba con anhelo la ovación de las minorías, el halago de sus maestros tras una función en cualquier barrio, el orgullo que le invadía y le hacía sentir superior… eran muchas las cosas que evocaba su música. Vagaba en sus pensamientos por la gira que realizó hace unos años, aquella en que todo aquel que le escuchaba se quedaba muerto de asombro, fue fascinante, nunca disfrutó tanto como entonces. Él, danzando de aquí para allá con el instrumento, despidiendo notas en todas direcciones, la gente bailando al tiempo que sonaba la música y alcanzaban un estado superior de relajación abandonaban sus cuerpos, se liberaban con aquel poder que les trasmitía Sam. Aún tenía el estuche en aquella modesta habitación sin vistas, pero ahora estaba vacío, no había más que una capa de terciopelo azul que antaño había acariciado aquella sinuosa figura. Echaba de menos… todo. Tocó el estuche negro y saboreando los recuerdos lo abrió poco a poco, muy lentamente, oyendo el pequeño chirrido de las bisagras doradas, deslizando la parte superior hacia uno de los laterales. Aún guardaba la forma de su herramienta… aquella que ya no volvería a utilizar, que ya no tocaría jamás… no volvería a oír el dulce son de sus notas, ni a la gente bailando ante él… Sam estaba encerrado por todos los crímenes que había cometido, condenado a cadena perpetua. El arma homicida que acabó con la vida de cientos de personas fue la principal prueba que se presentó contra Sam. Una ametralladora dentro de un estuche de violín. Algunos testigos que sobrevivieron a los brutales asesinatos en masa, aún vivían con temor, odiaban la música e iban dos veces por semana a un psicólogo,. Mientras, Sam disfrutaba de un abstracto recuerdo que evocaba en él agradables sentimientos. Su música se había convertido en una melodía de muerte y destrucción, de sangre, de odio… y con ella se creó una danza, la danza de la muerte… Sam seguía feliz en su celda, cientos de familias no lo volverían a ser jamás.


Autor: Extraído del libro “El Lado Oscuro del Cuento” de
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