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El pasaje del terror


Allí estaban todos, a las afueras del tremendo castillo acondicionado para el espectáculo. Entre risas y recuperando el aliento comentaban las terroríficas experiencias dentro de aquel show de feria ambientado con los más variopintos personajes de la ficción y el terror. Llevaban tiempo queriendo ir a un acontecimiento de esas dimensiones. Habían estado casi dos semanas preparando el castillo en ruinas que hay a las afueras del pueblo y para las fiestas del mismo se dio inauguración a aquel magnífico pasatiempo. Yolanda y sus amigos habían estado contando los días con ansiedad y, el mismo día en que se abrieron las enormes puertas de madera vieja carcomida por los años, estaban todos impacientes en primera fila, con la entrada ya arrugada de tanto viajar en sus bolsillos. No faltaba ninguno de los amigos de Yolanda. Estaba Alejandro, todo extravagante él, amante de las fantasías más rebuscadas y horrorosas dentro de su mundo particular de seres inhumanos y parajes de ultratumba, le encantaba toda esta parafernalia y no quería perderse tal acto. No podían faltar tampoco Isa y Mario, la parejita feliz que insistían nerviosamente en dejarlo para otro día, decían que eso era cosa de críos y ellos que estaban pensando en casarse ya tenían edad para otro tipo de diversiones más adultas. Pablo, el típico machote que nunca teme a nada también estaba en el grupo de los primerizos anunciando que a él no le iban a acojonar cuatro payasos de feria disfrazados con la cara blanca y cuatro manchas de sangre. Y como no, Mari, la histérica del grupo que haría que todo fuera más divertido y espeluznante al tiempo. La cuadrilla al completo. El grupo era de siete personas, ellos seis y un muchacho que habían visto por allí pero que nadie conocía.

La experiencia fue absolutamente una descarga de pura adrenalina, gritaron, corrieron, rieron y golpearon por todo el trayecto, haciendo caso omiso de las advertencias previas del sacerdote que no les dejó ver la cara al comienzo de la expedición. Pero ahora ya había pasado y se encontraban caminando hacia los coches y comentando la experiencia.

- A mi el que más impresión me ha dado ha sido el tipo ese con las tripas fuera y la cara medio desfigurada… – decía Mari. – me ha dado un asco y un nosequé…- hacía un gesto de descomposición y retorcía toda la cara para darle más expresividad a lo que contaba.
- No sé, a mi me ha parecido muy light- decía Alejandro, acostumbrado a ver escenarios más sangrientos y cargados de violencia. La colección de su videoteca era una auténtica orgía gore de títulos vomitivos.
- ¿Y a vosotros tortolitos qué?¿Os ha gustado? Je, je. No os habéis separado el uno del otro ni un segundo ¿eh?- Pablo les vacilaba, les había visto realmente asustados entre las negras paredes de los pasillos, oscuros e interminables. Le divertía la idea de engrandecerse ante tal cobardía y se mofaba de la pareja.
- Me parece que tu eres el menos indicado para hablar, machote, que no te separabas de la pared y te hemos visto todos dar más saltos que una rana…- contraatacaba Mario con ironía y aún recuperando la respiración.

Yolanda permanecía callada, aún pensaba en la cantidad de sensaciones que habían recorrido su cuerpo y su mente, todo era tan real… Ahora estaban hablando de los personajes que a cada uno había impresionado más. A pablo le gusto muchísimo cuando aquellos nazis motorizados y equipados con una estrella de la muerte iban a su caza con las caras descompuestas y sin parar de gritar y humillarles verbalmente. La niña del exorcista había causado una gran impresión a Alejandro que no había podido evitar permanecer un momento admirando aquella escena, ausente y con la mirada perdida en la desquiciada niña. Le había gustado sobremanera, aunque fuese un poco suave para su gusto. A Isa le profirió un miedo atroz el desfigurado de la motosierra que salió corriendo detrás de ellos, como si estuviesen en la matanza de Texas versión española. Mario tenía un poco más de estómago, pero no pudo evitar sonrojarse al comentar que casi vomita al pasar por la sala de torturas y ver las atrocidades que vieron. Mari flipó con el de las tripas, pero lo que de verdad asustó al grupo en general fue cuando el chico que se unió a su grupo desapareció de repente y luego lo vieron muerto en uno de los ataúdes de la sala de Drácula, por supuesto era parte del show, pero les provocó un buen susto cuando se acercaban y éste les saltó encima como un poseso. En definitiva fue divertido. Ya estaban llegando a los coches y ya sonaban las llaves saliendo de los respectivos bolsillos. Seguían hablando, riendo y dándose empujones mientras imitaban a alguno de los personajes.

- ¿Y a ti que es lo que más te ha impresionado Yolanda?- comentaba Alejandro mientras escogía la llave de la puerta del coche.
- ¡Puff! A mi me ha helado la sangre lo del fantasma, parecía tan real… no sabía yo que pudieran hacerse holografías de tal calidad, casi he sentido frío y todo cuando ha pasado a mi lado y me ha susurrado al oído.- La cara que en principio era de alivio y esbozaba una sonrisa ensombreció al ver como sus compañeros se quedaban estáticos y palidecían. - ¿Qué? – Preguntó.
- Yolanda… – Mario tragó saliva con dificultad. – No había ninguna escena en la que saliese un fantasma. ¿No te lo estarás inventando para acojonarnos verdad?
- No… no. – Yolanda estaba ahora más asustada que nunca y la cara se le descompuso de horror. – Yo lo vi, yo… no sé…
- ¿Has dicho que te susurró al oído?¿Qué te dijo?- Alejandro sabía de estos temas y le gustaba indagar, su curiosidad acerca de todo lo macabro era insaciable y le llenaban de un morbo indescriptible.

Yolanda dirigió la mirada al suelo, se frotó las manos nerviosamente y cuando volvió a levantar la cabeza tenía los ojos bañados en lágrimas. Consiguió hablar entre sollozos y miró compungida a sus compañeros que aguardaban con angustia las terribles palabras que ninguno de ellos jamás olvidaría, especialmente Yolanda, y que provocaría muchísimas noches en vela a más de uno de aquellos seis jóvenes..

- Me dijo… “pronto nos volveremos a ver?.


Autor: Extraído del libro “Mâya” de Víctor Morata Cortado
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