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La confirmacion de la fe (caps. 1,2,3,4 y 5)


“Dime maestro, ¿quienes son aquellos que
tan pronto corren a la orilla pestilente de oscuras aguas?
Esas, me respondió el poeta, son las almas
De las tristes gentes que han perdido el don de la inteligencia”
DANTE ALIGHIERI


CAPÍTULO I. Un domingo particular

La iglesia de San Miguel, una como tantas de Montevideo, es un edificio lúgubre y bastante venido a menos. Salta a la vista que en el pasado supo tener mejores momentos.

Enclavada en la esquina de Concepción Arenal y Porongos, está situada en el corazón de “Goes”; su torre de hormigón domina el paisaje del barrio y sus tristes y roncas campanadas rezongan cada tarde, más o menos a la misma hora llamando a los fieles a escuchar la palabra del Señor.

Al llegar los creyentes, a la hora de la misa, encontrábanse con sus rejas de hierro perpetuamente entre abiertas y unas enormes puertas de madera que chillaban lastimosamente mientras giraban en sus goznes. En el interior, húmedo y frío, de paredes descascaradas adornadas con viejas pinturas que poco tenían ya de celestial, escuchaban los fieles la palabra de Dios en la voz del Padre Rogelio que reverberaba molestamente.

Algunas veces la misa era más larga, otras no tanto. De vez en cuando se ausentaba el Padre Rogelio dejando a los buenos cristianos sin su misa de la tarde.

Fue una tarde de domingo, en la que si bien hacía buen tiempo el frío era terrible, que el Padre Rogelio se encontraba más disperso que nunca, le costaba trabajo concentrarse al punto tal que se perdió en varias oportunidades mientras leía la Biblia. La causante de su perturbación era una hermosa joven de unos dieciséis o tal vez diecisiete años que sentada en la primera fila de bancos, deslumbraba al cura con sus pechos bien formados, exquisitamente contorneados tras la ajustada camisa y su boca de labios carnosos era de un endemoniado rojo sangre tan intenso que volvía innecesario el que usara carmín. Completaba el cuadro general un par de ojos azules, cabello negro azabache, cadera generosa y una suave y nivea piel.

Mientras con los ojos cerrados y los brazos en cruz, rezaba el Padre Nuestro casi de forma maquinal y automática, se formaban en su mente las más eróticas escenas en las que su cuerpo y el de la joven se mezclaban entre las sábanas.

--No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, decía el Padre Rogelio mientras en su mente veía como la húmeda y pequeña boca de la joven cristiana se veía invadida por su pene, ella lo lamía y succionaba con fuerza, mientras que con una de sus manos tiraba de sus testículos con firmeza produciéndole un intenso pero a la vez agradable dolor.

Fue entonces cuando de dio cuenta de que su pene estaba erecto. Lleno de culpa se sintió más descolocado que nunca. A continuación dio un sermón, más que largo tedioso, sobre la sexualidad antes del matrimonio.

La misa terminó, después de cenar en abundancia, el Padre Rogelio tomó una breve ducha y se retiró a su habitación, la que se encontraba en el segundo piso de la parroquia, pegada a la torre del campanario.

Recostado en su cama, al amparo de la oscuridad se masturbó, primero su ano (lo hizo introduciéndose una vela) y luego su pene. Cuando hubo terminado, sacó de su mesita de noche una botella de Whisky, llenó un vaso y luego de un largo sorbo encendió un cigarrillo y tumbado en la cama, desnudo y sudoroso, se quedó contemplando las volutas de humo gris. Se durmió.


CAPÍTULO II. El hombre parado en la esquina

No podía decir el Padre Rogelio cuanto tiempo estuvo dormido, solo sabía que aún era de noche. Por algún motivo se despertó sobresaltado. Todos sus sentidos se encontraban alerta; sin comprender porqué, se sentía observado.

Permaneció unos momentos inmóvil en su cama sin saber que hacer, por un instante creyó estar volviéndose loco, no había tenido ninguna pesadilla, tampoco tenía enemigos ni sufría de ataques de pánico y sin embargo estaba helado de miedo, alguien le observaba, le asechaba desde algún lugar. Podía sentir su presencia.

Armándose de mucho valor, se levantó de la cama acercándose a la ventana. Descorrió la cortina lo necesario para permitirle a un solo ojo mirar hacia fuera y entonces lo vio. Era un hombre caballero alto y delgado, vestido con un traje inglés negro de la época victoriana, una capa al tono abierta sobre sus hombros, un sombrero de copa tocaba graciosamente su cabeza y empuñaba en la diestra un bastón de plata.

Absorto en su contemplación se encontraba cuando se percató que aquel extraño también le miraba, se lo confirmó el hecho de que aquel levantó una mano a modo de saludo.

--No puede ser, se dijo a sí mismo, está oscuro y apenas si he descorrido la cortina.
Entonces, como para terminar de convencerle, el extraño caballero se quitó el sombrero y acto seguido se inclinó haciendo una reverencia y luego fijo su vista en la ventana del Padre Rogelio.

Asustado se alejó de la ventana y permaneció en su cama sin poder conciliar el sueño.
Al cabo de un rato volvió a la ventana y echó un vistazo del mismo modo que había hecho antes, el extraño caballero aún se encontraba allí, mirando fijamente hacia su ventana.
Un impulso irresistible le hizo salir de su habitación, llegó hasta la puerta de la parroquia, vaciló un momento y finalmente al abrirla dejó escapar un grito ahogado, tal fue la impresión que le produjo al verle parado al otro lado de las rejas.

Le contemplaba atónito y fascinado, curioso y temeroso. Por primera vez pudo contemplar de cerca su rostro marmolado y delgado, aunque hermoso. Las cejas finas y bien delineadas resaltaban aún más la blancura mortecina de su cara. Sus ojos eran brillantes e intensos, rojos como dos rubíes eran de mirada penetrante e hiriente, extrañamente llenos de vida, de pasión. La boca pequeña de filosos labios tenía un contorno perfecto y guardaba en su interior unos dientes perfectamente blancos.

--¿Es qué vas a quedarte toda la noche parado ahí Rogelio, no pretenderás que entre yo a buscarte verdad?

El cura atónito, dejó escapar una pequeña exclamación mezcla de asombro y horror.

--Si, continuó aquel, no debes de asombrarte de que sepa tu nombre, sé mucho más que eso, como es de tu conocimiento yo lo sé todo. No es de buena educación el dejar a las visitas esperando a la intemperie en medio de la noche, así que puesto que no voy a entrar, vas a tener que salir.
--es que no le conozco a usted, comenzó a decir Rogelio.
--¡Ah! No me vengas con esas cosas, sabes perfectamente quien soy.
--No señor, no lo sé.
--¿Vas a salir o qué?
--Espere un momento, iré por un abrigo.

Unos minutos después ambos hombres se encontraban en la esquina de la parroquia contemplándose el uno al otro.

--¿Es que no vas a decir nada, no vas a preguntar porque vine a verte?
--Le repito señor que no se quien es usted
--¡Bah! No sigas con esos cuentos Rogelio, hizo una pausa y le miró divertido, yo soy aquel a quien tú combates.

El Padre Rogelio le miró con rostro severo aunque no contestó, se limitó a pensar en la posibilidad de que aquel hombre fuese un loco, aunque también pensaba, y esto era lo más probable, que fuera tan solo un bromista de mal gusto.

--Si, Rogelio, continuó el otro, yo lo sé todo; todo cuanto dices, todo cuanto piensas. ¿Verdad qué es extraño? Le dijo con sorna.
--No es cierto. Usted no puede ser...
---¿Lucifer? ¿Satanás? O acá entre nosotros...
¿El Diablo? Claro que si, aunque yo prefiero que me llamen Damián. Por supuesto que no me iba a aparecer todo rojo y con cuernos y cola. Nunca me gustó que me representaran de esa forma, me parece de mal gusto. Claro que si eso sirve para convencerte lo puedo hacer.
--¡Basta! Ya me canso con esta locura suya de pretender ser Satanás, que pase usted muy bien y buenas noches.

Dio media vuelta y emprendió el corto camino que lo separaba de la iglesia. Apunto estaba de entrar cuando el otro dijo.

--Cuando tenías diecisiete años, un día como el de hoy, tu hermano, que siempre fue un poco irresponsable, tuvo un accidente, quedo muy grave y por poco muere. Entonces fuiste a la iglesia de San Pancracio, mitad llorando, mitad rezando prometistes servirle a él durante toda tu vida, dijo apuntando a la iglesia con un dedo, a cambio de que lo salvara. Pasaron los días, que se convirtieron en semanas y estos en meses. Fue al décimo día del tercer mes que despertó del coma, pero nada fue igual, pues había quedado paralítico y solo sus brazos se movían, más sus piernas quedaron inútiles y jamás volvió a caminar.
Vos que siempre fuiste un tipo correcto te hiciste cura, aunque no muy convencido, ya que tu hermano no había quedado bien, pero temeroso del castigo de Aquel cumpliste tu promesa.
Cuando por fin terminaste tus estudios y te convertiste oficialmente en servidor de tu Señor, te asignaron esta iglesia de mierda que se cae a pedazos y nadie quiere. Pasaron dos años y una noche sonó el teléfono y tu madre llorando del otro lado del cable te dijo que Joaquín se había suicidado dejando una carta explicando el porqué de su decisión, la cual a mi entender fue la más acertada.
¿Ahora te convences de quien soy? Sé que a nadie le dijiste porque te hiciste cura, pero yo lo sé, pues es de mi entender todo cuanto ocurre y nada se me escapa.

Rogelio quedó petrificado en la puerta de la iglesia sin saber que hacer, la confusión se había adueñado de su mente, estaba perplejo y asustado.
--Ven conmigo, le dijo Lucifer, Señor de las sombras extendiéndole su mano de finos dedos y puntiagudas uñas prolijamente pintadas de azabache. Iremos a dar un paseo, antes del amanecer estaremos de nuevo aquí, te lo prometo.
--¿Cómo se yo que no me engañas, que no vas a hacerme nada malo?
--No puedes saberlo, pero si te sirve de algo si quisiera matarte ya lo hubiera hecho.


CAPITULO III. El morbo según Satanás

Caminaron juntos, uno al lado del otro alejándose de la iglesia. Rogelio iba tenso, de tanto en tanto miraba a su acompañante por el rabillo del ojo pues no se atrevía a mirarle de frente. Hacía ya largo rato que se hallaban en silencio cuando Lucifer le dijo, en el tono que se emplea cuando se contesta una pregunta obvia.

--Vine porque lo pediste
--¿Eh?
--Estabas pensando en porqué vine a verte, te lo estoy respondiendo.
--Pero yo no te llamé, respondió Rogelio un poco abrumado.
--¿No? Desde siempre te preguntaste si Dios existía, si algún día estarías seguro de lo que hacías y aquí estoy.
--Es verdad, pero no veo que tiene que ver.
--¿No? Yo si. Estoy confirmando tu Fe, Rogelio. En tu librito, se habla mucho sobre mi; entonces, si yo existo, todo cuanto te cuestionabas es verdad. Pero sigamos caminando, pronto llegaremos a nuestra primera parada, hay algo que deseo que veas.

El camino los llevó hasta la Plaza de las Misiones, esta ocupaba toda una manzana, estaba unos cuantos metros sobre el nivel de la calle. Unas palmeras, algunos arbustos y pasto seco era todo cuanto poseía además de algunos juegos para niños hechos en acero y unas pocas hamacas, todo esto en muy mal estado.
No subieron a la plaza, sino que detuvieron su marcha a mitad de cuadra. Satanás apuntó con su mano a una casa de dos pisos que había en la vereda de enfrente. Era blanca, de estilo moderno con un gran balcón en el que colgaban algunas ropas que se secaban después de un lavado. Tras las ropas había una ventana en la que una tenue luz de color amarillento se encendió, por su poca intensidad resultaba evidente que se trataba de una lámpara veladora.

--Ya es hora, dijo Damián, dame tu mano y déjate de pavadas que no te voy a sacar un pedazo.

Rogelio obedeció en silencio. En un primer momento se sintió extraño al contacto de la mano fría como el hielo. “estoy tocando a Satanás” pensó. Pero pronto una súbita sensación de calor abrasador lo invadió, casi le quemaba y tan pronto como llegó, cesó.

Se encontraba en una habitación que parecía ser una sala de estar, una pequeña ventan daba a una recámara . Rogelio pensó que esa ventana estaba totalmente fuera de lugar.

--Si, dijo el otro, la he puesto yo para que podamos ver todo, es importante que te hagas una idea general del cuadro que quiero mostrarte. Pero anda, mira por la ventana, no te preocupes, no pueden vernos.

El Padre miró dentro de la habitación y vio a la chica que estaba sentada en la primera fila de bancos de la iglesia en la misa de la tarde anterior, aquélla que tanto lo excitaba y atormentaba.
Estaba boca abajo en la cama, completamente desnuda con la cadera levemente elevada y las piernas bastante separadas.

Detrás de ella, un hombre bastante mayor que ella que tan solo contaría con dieciséis o diecisiete años, sumamente alto, fornido y muy velludo la penetraba con violencia, pero en silencio. Levemente inclinado hacia delante, una de sus manos la tomaba de una nalga introduciendo su dedo pulgar en el ano de la chica mientras que con la otra jalaba de su cabello tirando hacia el costado opuesto a la puerta y contra el colchón por lo que la chica miraba directamente hacia la puerta que estaba entre abierta.

--Evidentemente la está violando, comentó Satanás con el tono que se emplea cuando se explica algo obvio, o... al menos eso cree su padrastro. Pero mira su rostro ¿ves en él, dolor y sufrimiento?
--No, veo cierto placer morboso. Se nota en sus ojos.
--¿Y hacia donde miran esos ojitos morbosos?
--Hacia la puerta.
--Entonces deja de mirar por la ventana y dirige tus ojos a la puerta que tienes a tu derecha.

El cura miró hacia donde Lucifer le indicaba y vio a una mujer de unos cuarenta años en la que al instante reconoció a la madre de la muchacha. Llevaba puesto un salto de cama de algodón color blanco abierto, bajo este, un pequeño camisón de seda y encaje, a tono con el salto de cama que resaltaba sus bien formados pechos, estaba descalza.

La mujer espiaba la escena con morboso placer al tiempo que se masturbaba con una mano y se apretaba los senos con la otra. De tanto en tanto cambiaba de mano y se lamía los húmedos y sabrosos dedos bañados con su esencia.

Dentro de la habitación, la supuesta violación seguía su curso, la chica miraba hacia la puerta sabedora de que su madre estaba al otro lado jadeante, mojada, excitada, perversa.

Rogelio no daba crédito a sus ojos, se sentía totalmente aturdido, lleno de asco, pero no atinó a hacer nada, sabía que no podía.

--Suficiente, dijo el Señor de las Tinieblas, y lo tomó de la mano.

Nuevamente sintió el cura aquel calor abrasador y al momento se encontraban sentados en un banco de la plaza frente a la casa. Por el desnivel de la misma se hallaban sé en línea recta con el balcón de la casa en que instantes antes habían presenciado tan bizarro espectáculo, la luz todavía estaba encendida.

--No hables, Rogelio. Deja que te cuente el cuadro de situación.
Como te habrás dado cuenta, el padrastro de tu bebota estaba violando a su hijastra, disfrutando enormemente de su faena, es violación porque el cree realmente que la esta violando, es importante que entiendas eso. Lleva haciéndolo más de cuatro años.
Tu bebota cristiana, disfruta mucho el hecho de que su padrastro la someta ¡de hecho le parece la cosa mas excitante del mundo! Más que cualquier otra experiencia sexual que halla tenido, y eso ya es decir mucho. Ese plus de excitación se lo da no solo el hecho de sentirse una perra ultrajada, también la excita saber que su madre lo sabe y la observa sin hacer nada, excitándose con su supuesto sufrimiento.
La madre engaña a su marido. Finge que ignora la situación, por las noches seduce y excita a su esposo negándose luego a satisfacer sus bajos instintos, dice que le duele la cabeza y simula tomar pastillas para dormir. Cuando su esposo cree que está profundamente dormida sale furtivamente de la habitación y se mete en la de su hijastra, entonces ella se levanta y va a deleitarse con el espectáculo. Claro que no sabe que su hija es conciente de que los observa.
A la mañana todos desayunan juntos como si nada hubiese ocurrido.
Yo te pregunto Rogelio: ¿Quién es el más hipócrita de este simpático trío? ¿Cuál de ellos es el más perverso y merecedor de bajar primero a mi reino? ¿No son los tres, acaso, devotos cristianos que todos los domingos asisten a tu misa? ¿Dónde está el dios al que sirves que permite todo esto? ¿Tienen estos pecadores posibilidad de salvación?

Rogelio no respondió, estaba demasiado consternado para hablar. Introdujo su mano en el bolsillo izquierdo de su abrigo extrayendo un paquete de cigarrillos. Encendió un pitillo y maquinalmente ofreció otro a su acompañante sin siquiera mirarlo y sin reparar en quien era.
Damián lo miró divertido
--¿Porqué no? Exclamó, y tomó un cigarrillo que soplo en la punta y este se encendió al instante.

La luz en la ventana se apagó.

--Bien, el espectáculo terminó, sigamos nuestro camino, quedan todavía otras cosas que debes ver.

Abandonaron la plaza caminando lento y sin hablar. Tomaron por una calle oscura con adoquines, más al llegar a una esquina Rogelio preguntó:

--¿A dónde me llevas?
--¿Es que no te enseñaron a tener paciencia? Ya lo verás. Ahora no hables, deja que se grave en tu mente lo que acabas de ver.

Llevándose un dedo a la boca en señal de silencio le indicó al cura que por el momento la charla había terminado.

Siguieron avanzando y ya no hablaron más.


CAPÍTULO IV. El sadismo en la tercera edad

Rogelio caminaba lentamente, sin hacer ruido y sin hablar. Su mente aturdida funcionaba a toda velocidad, las imágenes de cuanto había visto se sucedían una tras otra rápidamente en un frenético flash-back.

El camino elegido por su acompañante le llevó hacia una casa muy derruida en la calle Figurita.
En el frente había un jardín en muy mal estado que había perdido la batalla contra la mala hierba y su decadencia era total.
Era excesivamente largo, al final se erguía una casona antigua.

--- Es aquí, dijo Damián y con la punta de su cetrino dedo tocó la cerradura y esta hizo un chasquido metálico.
Acto seguido la puerta se abrió chirriando lastimosamente.

--- Vos primero Rogelio, no vallas a pensar que no tengo modales.

Ambos entraron en la estancia y a los pocos segundos los ojos del cura se acostumbraron a la oscuridad. Un fuerte olor, mezcla de mugre y orín de gato invadió la nariz de Rogelio, sintió náuseas.

--- ¡Qué asco! Dijo; y temeroso por desobedecer la orden de silencio impuesta por el otro, calló nuevamente.

Estaban parados en medio de la sala de estar de la casa. En la penumbra, pudo distinguir los muebles; todos ellos muy antiguos y sucios. Eran demasiados, casi se parecía más a un depósito que a una sala.
Había muchos gatos de aspecto feroz y salvaje que no parecían notar su presencia.

Una escalera de madera conducía al primer piso, al otro lado de la habitación varias puertas conducían hacia otras dependencias de la casa. Una de ellas estaba entre abierta dejando escapar una tenue luz y un ruido como de estática al instante comprendió Rogelio que se trataba de un televisor. Un grito ahogado, gutural y agonizante salió de la habitación.

--- Entremos Rogelio. Estoy seguro que te gustará lo que verás.

Caminaron unos pocos pasos, con cuidado de no pisar el excremento de gato que cubría gran parte del piso y al entrar en la habitación se encontraron con un anciano de unos ochenta años atado a una silla de ruedas. Estaba completamente desnudo y muy sucio. Las ligaduras que lo apresaban en la silla estaban tan apretadas que sus miembros tenían un leve color morado. Insertada en su pene una sonda llevaba su orina hasta un balde al costado de la silla. Su miembro, otrora viril, mostraba signos inequívocos de infección, estaba lleno de pus.

El pobre viejo estaba hemipléjico, Rogelio lo sabía desde hacía tiempo, su esposa se lo había dicho, de hecho iba todos los domingos a misa y oraba por él.

La silla estaba dispuesta de tal forma que estaba enfrentada con los pies de la cama, separada de esta por unos cincuenta centímetros. Allí sentada se encontraba la esposa del infelíz, vestida con un camisón rosado muy gastado y sucio. Estaba descalza, sus pies llenos de callos eran bastante deformes y la mugre entre los dedos era visible desde lejos.
Tenía muchas arrugas, más de las que el cura pensaba que un rostro podía llegar a tener, los ojos pintarrajeados de verde y con unas pestañas postizas enormes, en conjunto un cuadro bizarro y espeluznante.

Le embutía a su marido enormes cucharadas de helado con mucha violencia mientras que el anciano trataba desesperadamente de esquivarla meneando la cabeza.
Trataba de gritar medio ahogado entre el llanto, los mocos y el helado y cuanto más se resistía, más parecía disfrutarlo la endemoniada vieja.

--- Come le decía, con voz melosa y burlona.--- Es por tu bien, sino tendré que hacerte daño.

Dicho esto le dio una gran bocanada al cigarrillo que sostenía en su mano derecha y luego se lo apagó en la ingle, con mucha saña disfrutándolo enormemente.

El anciano aulló de dolor y ella le escupió la cara riendo estridentemente mientras le zampaba una nueva cucharada de helado.

Mirando la enorme fuente de helado encima de la cama le dijo:
--- Aun no te lo acabas Pepe ¡si queda más de la mitad! Y volvió a reír.

La ira, el asco y la compasión invadieron el pecho de Rogelio. Inconscientemente dio un paso hacia delante para arrojarse encima de la sádica anciana, pero su acompañante le puso con firmeza una mano en el pecho y sus ojos rojos miraron al sacerdote de manera tal que este se sintió abrumado y paralizado, desistiendo al instante de su actitud.

--- Suficiente, nos vamos. Dejemos a esta gente cenar en paz.

Salieron a la calle, el frío se había intensificado, calándole los huesos al cura, pero casi ni lo sentía, así de abrumado estaba por la escena vista en el interior de aquella casa infame.

--- ¿Y bien?
--- ¿Qué quieres que te diga? No entiendo porque haces esto.
--- Yo no hago nada Rogelio, pero te contaré una historia.
Hace muchos años esos viejos eran jóvenes y apuestos. Como tantas parejas se enamoraron y luego de contraer matrimonio vinieron a vivir a esta casa.
Con el tiempo José comenzó a llegar borracho y frecuentemente golpeaba a su esposa y en algunas ocasiones la violaba.
La convivencia se hizo bastante difícil entre borracheras, golpes y vejámenes, pero tu buena feligresa, Doña Cristina, era y “es” muy creyente y nunca se divorció porque “el Señor no lo permite” pero el odio fue anidando en su corazón, pudriendo de a poco su alma.

Nunca tuvieron hijos, algo que José le recriminaba cada vez que regresaba ebrio y la violaba y golpeaba salvajemente. Ese fue el curso normal de su relación durante largos años, hasta que se hicieron viejos.

Como te podrás imaginar, los años de excesos alcohólicos, mala alimentación y tabaco le terminaron pasando factura al viejo Pepe. El médico le advirtió que de no cambiar de hábitos estaría propenso a sufrir algún tipo de ataque.
Él, que siempre fue terco, no hizo caso de las advertencias y terminó tal cual lo has visto, postrado por la hemiplejía, en esa silla asquerosa.

Desde ese momento, su esposa comenzó su venganza, eso claro está, no hace falta que te lo explique, pues lo viste con tus propios ojos. Convídame otro cigarrillo querido, me han gustado mucho ¿sabes?... Gracias. En resumen esa es la historia.

--- ¿Te divierte todo esto verdad? Le espetó Rogelio visiblemente afectado y con los ojos llorosos.
--- Ni me divierte, ni me importa, pero si me lo preguntas me parece justo. Él vivió haciendo infeliz a su mujer durante años, ahora ella le devuelve el golpe. Es lo justo. La pregunta es: ¿Dónde está tu Dios que permite estas cosas tan terribles? Según vos él es misericordioso... ¡y los ama tanto! Esto Rogelio querido, no es amor, piénsalo. ¡Pero hay que reconocer que tiene sentido del humor el muy hijo de puta!
Pongámonos en marcha.

Volvieron sobre sus pasos hasta la avenida Garibaldi desierta y ventosa, y por ella uno al lado del otro hacia su próximo destino, el cual no estaba demasiado lejos.


CAPÍTULO V. Una blasfemia particular

--- Todo esto es tan extraño, comentó Rogelio mientras encendía otro cigarrillo. Acomodó su pitillo en la comisura derecha de su boca y guardó sus manos en los bolsillos de su abrigo, hacía demasiado frío para sostener entre los dedos el cigarro.
---¿De veras? A mi me parece de lo más normal.
---¡Pues no lo es! Toda esta mierda que me estás mostrando no puede ser real.
--- Dos cosas Rogelio: la primera no digas palabrotas, a tu Señor no le gusta – y bajando la voz agregó – en realidad si, pero no quiere admitirlo, y rompió en una sonora carcajada a la que el cura respondió con un silencio sepulcral.
--- Sí, prosiguió Lucifer, tu Dios es un hijo de la gran puta, es sádico (incluso más que yo), déspota y otras cosas más, pero ya hablaremos más tarde de eso; por ahora, es otro el tema que me interesa ¿recuerdas que te dije dos cosas? Bien, tu me dices que no es normal lo que viste, que no puede ser. Amigo mío es tan normal como que sucede a cada rato y en todas partes.
El hecho de que sean miembros de tu iglesia no los exime de nada. La gente es falsa, corrupta, cruel... sobre todo cruel y estas pequeñas escenas que has presenciado te lo demuestran, pero la crueldad y el deseo de hacer daño son cosas un poco complicadas de entender, a veces es difícil decidir quien es cruel con quien. Piénsalo y verás que tengo razón.
A Rogelio se le vino a la mente la dantesca escena de la joven supuestamente violada por su padrastro, la madre espiando mientras se masturbaba y que la joven lo gozaba morbosamente.
Tubo que reconocer que le costaba trabajo reconocer que le era difícil decidir quien de los tres era más cruel.
---¿Difícil, verdad? – prosiguió el amo de las sombras – pues yo tengo la respuesta: el más cruel es Dios. ¡Bah! No me mires así, es la verdad. Ustedes suelen achacarme a mi la culpa de todo, pero con frecuencia no tengo nada que ver. ¡El diablo te engaña! que mentira más grande, vosotros os mentís, agredís y matáis todo el tiempo y sin mi ayuda, y cuando la hora llega, entonces si sois míos, pero hay quienes sufren sin mi ayuda, otros si y no lo niego.
Créeme, Rogelio querido, Dios es un hijo de puta y puedo probártelo, pero no hablemos más de eso ahora, ya habrá tiempo más tarde de explicártelo. Ahora querido, quiero que veas algo... diferente por así decirlo.
Sus pasos los habían llevado a un edificio de unos diez pisos, cubiertas sus fachadas de rojos ladrillos, era más ancho que alto; a Rogelio se le antojó grotesco y no le agradó.
--- Nuestro destino, exclamó Damián, es allí arriba en el último piso. Dame tu mano.
Una succión imponente arremetió contra el cura, todo se puso negro y su estómago pareció comprimirse . Tan pronto como llegó, la sensación se fue.
Ambos se encontraban sentados en un raído sillón uno al lado del otro.
Al principio el cura no veía nada, la mágica aparición lo había dejado atontado.
Palpando el sillón con ambas manos, como queriéndose asegurar de que estaba sentado sobre algo firme, miró a su acompañante quien le devolvió divertido la mirada y al tiempo que cruzaba las piernas le dijo:
--- No me veas a mi Rogelio, ¡mira a tu tesorero!
En un primer instante no entendía bien la escena, o más bien sus ojos se negaban a creer lo que veían.
En aquella habitación de medianas dimensiones y paredes escandalosamente pintadas en color rosa, sin ventanas y con un excesivo olor a colonia barata, un hombre desnudo yacía de rodillas en el suelo y su pecho sobre el colchón. Sus muñecas sujetas con grilletes y cadenas lo amarraban a la cabecera de la cama, hecha de hierro forjado y de la cual colgaba una imagen del corazón de Jesús.
Detrás de él, una muchacha rubia de prominentes pechos y puntiagudas uñas color rojo estaba también de rodillas. Llevaba puesto un arnés que en lugar de un dildo tenía un enorme crucifijo de bronce con el cual lo penetraba haciéndole un evidente daño, pues Rogelio pudo ver como tanto en el crucifijo, como alrededor del ano del sujeto había sangre y materia fecal.
Otra chica de largos y lacios cabellos negros y piel cetrina, que llevaba puesto un corset rojo por única vestimenta, le daba de latigazos tan fuerte como podía. Ambas mujeres llevaban en sus cabezas tocados de monja.
Tanto la espalda como el cuello del hombre estaban cubiertos de sangre y sudor a causa de los latigazos. Entre sus gritos y alaridos, Rogelio pudo escuchar que rezaba el Padre Nuestro.
---¡Que lindo espectáculo! – dijo Damián - ¿Acaso no es una gran muestra de devoción mi querido Rogelio? No vas a negar que el bueno del señor Ross es todo un devoto de tu Señor.
El sacerdote no daba crédito a sus sentidos una vez más. No articuló palabra alguna, el asco y la repulsión se lo impedían. Absorto contemplaba como aquellas rameras castigaban a su notario.
El señor Ross era, desde hacía diez años, administrador de la iglesia de San Miguel y del colegio del mismo nombre al que había concurrido en su niñez y al que sus tres hijas concurrían también.
--- Ya es suficiente de esto, nos vamos.
Con un chasquido de sus dedos hizo que todo quedara oscuro y al instante siguiente ambos se encontraban de pie en la acera de la avenida Garibaldi frente a la puerta del edificio.
Damián estiró su mano y le alargó al cura un paquete de cigarrillos.
--- Toma Rogelio, te fumaste el último antes de que visitásemos esas golfas.
El aturdido Padre tomó el paquete de cigarrillos y encendió uno sin decir palabra alguna y devolvió el paquete a su interlocutor.
--- Quédatelos, te hacen falta.
--- Gracias, dijo el cura y volvió a sumergirse en el más absoluto silencio.
--- ¡Pero hombre de Dios! ¿Es que no vas a decir nada, no te ha gustado comprobar cuan fiel es el bueno de Ross?
--- ¿Qué quieres que te diga? Se va a pudrir por blasfemo, hereje y degenerado.
--- Es igual que tu, a ti también te gusta introducirte cosas.
--- No es cier...
--- ¡No me mientas! Le gritó, yo lo sé todo. Cual es la diferencia, que tu eres bueno y él no? Que tienes sentimientos de bondad hacia tus prójimos? No puedes decir que él no los tenga.
Es verdad, quizás se pudra en el infierno, pero estás seguro de que es un hereje? Tal vez solo es solo un pobre hombre con una severa enfermedad mental, un demente que por algún motivo necesita mortificarse creyendo que de esa manera se acerca más a tu Dios a través del sufrimiento y el dolor.
Yo creo que el hereje es Dios y no me mires así. Él sabe lo que hace este hombre y lo permite, quizás le gusta ver como lo sodomizan. ¿No es que tu Dios todo lo puede? Si es así, con mover un dedo podría hacer que este hombre dejara de hacerce coger por una puta con un crucifijo y no lo hace.
--- ¡Nos dio el libre albedrío!
--- ¡Bah! No me vengas con eso, y si este tipo está enfermo de la cabeza y no esta en su sano juicio, entonces no tiene posibilidad de elegir, solo sufre y Dios lo deja, lo ve desde el cielo como el buen padre que es. ¡Es más, si esta enfermo también es su culpa! ¿No es acaso el creador de todas las cosas?
Si quieres me puedes culpar de su comportamiento y aún así sigue siendo culpa de él. ¿No te das cuenta? Él es verdadero sádico que juega con ustedes, no son más que meras marionetas.
Por sus actos, cuando muera será mío. ¿Es realmente eso justo si es un demente, y si lo hace por placer, es justo castigar a alguien por el simple hecho de buscar un poco de placer sin hacer daño a nadie? ¿Qué es la justicia Rogelio?
Mientras piensas en ello te diré que el señor Ross concurre a este retiro espiritual cada mes desde hace ocho años, permanece allí una hora y paga por ello cien dólares.
Se que estás pensando en si lo hace por placer o si está demente. Eso es algo que no te diré, tendrás que averiguarlo tu mismo.
--- ¿Y ellas?
--- Quizás sean dementes también. Anda caminemos ¡hay tanto que ver todavía!

(CONTINUARÁ......)


Autor: RUFFUS VON DARK
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