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La obra


Aunque parezca leyenda urbana en las ciudades pululan toda clase de criaturas extrañas, algunas de ellas incorpóreas, otras, con un cuerpo tan pequeño que junto a una gran habilidad para camuflarse, hacen casi imposible que sean detectados. Experimente un escalofriante suceso junto a dos conocidos de bar, no conocía nada de ellos, tan solo que frecuentan el mismo antro que yo, y fue una traumática experiencia en la que pude constatar la veracidad de estas palabras.

Era una noche fría de enero, no había nevado por poco, se quedo la tormenta en una ligera aguanieve que empapaba el suelo sin fuerza ni presencia, no bufaba el viento, no clareaba la luna, no se mostraba ruido en la calle. Tan solo nosotros tres, un tiempo álgido, oscuridad densa y humedad, los edificios mojados, el asfalto evocando el brillo de lo profundo, con el misterio añadido de no estar ninguna luminaria encendida, brillo de la negra noche. Así, con este percal nos decidimos entrar en una obra ligeramente abierta a cobijarnos. La idea era hincarnos unos pitis especiales y unas latas de cerveza que compramos antes de cerrar el chiringuito.

Atravesar la valla con precaución por si rondaba vigilante y encontrar resguardo con la ayuda de la pequeña luz de un mechero fue fácil, aun estando el suelo plagado de obstáculos, a continuación se encauzó todo en liar... palabras, beber y reír... hasta que hizo presencia un ligero crujir bajo unas maderas a unos quince metros. Raúl se dirigió hacia allí, pues el sonido era claro, con la idea de encontrar una rata o un gato y espantar aquello que fuese. De pronto apenas pudimos ver que giraba una esquina del edificio central, que oímos una exclamación entre el espanto y el asco, articulaba un “que” en voz alta, se oyó un estruendo como de caminar deprisa y a tropezones, un golpe de aparatoso caer al suelo, y casi al mismo instante un alarido de dolor, ahogado antes de poder pronunciarse en toda su dimensión.

Juliano y yo nos miremos, “que hace este” fue el contenido del mensaje que nos dirigimos, y un empujón inclinó los hombros de el hacia delante. Pude ver una gran mano sucia sobre su pecho y otra le descendió desde la frente cubriendo toda su cara. Abrazando su pelvis por ambos lados dos brazos quemados, muy cortos y muy delgados, apretaban y colocaban dos de esas extrañas manos purulentas haciendo intención de abrirle las piernas, entorpeciendo cualquier movimiento que emprendiera. Yo di un buen salto hacia atrás, quede ligeramente sentado sobre una placa de hormigón que iniciaba el primero de los tres pisos, apunté el haz luminoso del encendedor enfrente, y apareció junto a mi compañero una repugnante cabeza redonda, de bebe bicentenario que se sobreponía a él desde la espalda, me miró durante un segundo, su boca, del tamaño de una banana, con unos labios de bultos irregulares; como si se los mordiese con esos dientes puntiagudos y rancios que ocultaban, y de aquellos los mas prominentes eran los colmillos, gruesos y largos. Sus ojos eran traslucidos, color marfil con unas diminutas venas rojas. Un segundo clavó en mí la mirada, y el tiempo paró el reloj dentro del odio reflejado en esa mirada, cuando, abalanzó su centellada que ocupaba desde el mentón hasta la nariz, junto al entrecejo.
Juliano no pudo hacer nada intentando agarrar esa lapa enganchada, como piojo al cabello, en ese breve segundo antes de la mordida, luego, cayó cara al cielo negro y nublado con las manos intentando tocar su cara, sin haber podido decir mas que tres palabras “esto que eshgr”, y sin que yo no haya podido mas que asombrarme. Entonces percibí un sonido tras mis pies, en un hueco destinado seguramente para los desagües, bajo la plancha pétrea, bajé la vista, vi movimiento, unos dedos huesudos y musculosos, parecían los de un jugador de baloncesto mayor de edad y con artritis, que terminaban en garras oscuras y punzantes, y que avanzaban tras mis pies. Levanté estos hasta ponerme de pie en el piso sin quitar el ojo de esa negrura dinámica, mientras de fondo, escuchaba como se apagaban cada vez más los amordazados gemidos de mi compañero, yo dirigía la luz enfilando la amenazante forma que emergía de debajo mio, la cabeza con cincuenta pelos, no más, gruesos, largos y aceitosos. La nuca se le hundía hasta el pecho por lo menos, el tronco de unos veinte kilos, costroso y cuajado de ronchas, aplanado como un saco tumbado, y los brazos de igual forma que las piernas, perpendiculares al cuerpo como muñones fijos que apenas deberían tener movimiento. Se le insinuaban unas caderas centradas con algo de movilidad, que pude ver como rápidamente realizaban torsión elevándose antes de saltar e impulsarse hacía arriba, a la altura de mi cintura, me eché atrás cayéndome con fuerza y di una dolorosa voltereta en el suelo, pero evité esas manazas engarfiadas, braceó con las dos patas de atrás desde el interior bajo su cuerpo con una gran capacidad de rotación en el extremo de esos muñones.
Me había quedado en el suelo, inclinado sobre las palmas y esa cosa se enganchó delante mio también al ras, junto al borde, dejando media parte de su cuerpo incluyendo la cabeza al aire. En el tiempo en que me levantaba había subido totalmente y saltaba de nuevo, esta vez, avanzando en mi dirección mientras pivotaba para orientarse frente a mi, yo me di la vuelta y me puse a correr espantado, rezando lo que podía, no sabia muy bien hacia donde, casi me paralizaba el miedo y casi sin darme cuenta estaba en el borde del lado colindante, por allí había girado Raúl, del que solo pude ver la muestra de su decapitación con las pupilas vidriosas y la mandíbula desencajada. Grité con alaridos intentando pronunciar auxilio, “que alguien me ayude”, y con muchos nervios, al girarme pude comprobar que mi atacante se acercaba con viveza, avanzando sus patas ágilmente entre su cuerpo y el suelo, sin quitar la vista de pequeñas bolas en grandes y profundas cuencas de su muy posible presa. Por un momento imaginé que podría saltar sobre el, no levantaba medio metro del suelo pero si algo fallaba... si me esquiva, no dejaba de mirarme, y me atrapa como a Juliano, di otra carrera hacia el centro del edificio, volvió a saltar en pos de mi, y con suerte se retrasó, para escapar tomé unas escaleras grises, de piedra todavía apuntalada, hacia la planta superior, sobre cuya superficie seguí corriendo mientras notaba a mi perseguidor ascender hacia mi posición, gruñendo y resoplando de rabia. Amedrentado e inquieto por mi vida, espantado por el mas que verosímil suplicio, me hice con cinco pasos de carrerilla, y salte al vacío calculando que caería donde había visto un montón de arena, cerca de la valla, aunque mi aterrizaje un poco desplazado fue tremendamente dramático, pude saltar la valla magullado, y alejarme cojeando a toda la prisa concedida sin detenerme hasta llegar a casa. Mi pensamiento era no volver nunca mas por esa zona, no quise dar a conocer el relato por temor a la incredulidad y por lo irracional de los sucesos. Pasados cuatro días hice una visita por el bar y pregunté por los difuntos inocentemente, el propietario que era incompatible con la policía, me dijo que estaba en marcha una investigación, que le habían interrogado y el solo comento que salieron tres personas al cerrar, que no las conocía y me impuso que no volviese a dejarme ver por allí. Yo le di la versión en la que estuvimos en un portal un rato y me fui a dormir, decidí poner tierra de por medio entre aquellas terroríficas criaturas y mi entorno, salí de Barcelona a las quince jornadas del día de autos.


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