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La visita del engendro


No es necesario dibujar un pentagrama y colocar velas negras en uno de sus picos para que se abran otras dimensiones, tampoco es necesario decir ciertas frases para que seres de otras dimensiones lleguen a nuestras vidas, o mucho menos se necesita decorar la habitación con símbolos esotéricos para tener una desagradable visita. Solamente es cuestión de que ellos lo deseen.
Si alguna vez han sentido que alguien te observa desde la obscuridad, algo sobrenatural que no puedes explicar con palabras y has tenido la sensación de que te encuentras en un eminente peligro es porque eres muy susceptible a lo paranormal y te sugerimos que no leas la siguiente historia.
La curiosidad es mala consejera, y ya tomaste una decisión, bien, sigamos con paso firme sin importar lo que encuentres en el camino.
Han pasado cuatro años, nueve meses, veintiocho días, desde que apareció esa cosa que aún no sabía ni como llamarle. De aquella niña de cabello negro como la noche y hermoso como el amanecer, solamente quedaba el recuerdo de los días felices cuando en su rostro se reflejaba una inocente sonrisa. Solamente sus claros ojos los cuidaba más que su cabello, pues a sus once años el mayor orgullo de Samanta era su inigualable cabello.
Todo comenzó cuando sus padres se divorciaron y se repartieron sus pertenencias, a Yolanda madre de Samanta le toco una antigua casa que contaba un amplio jardín de arboles enormes. Antes de irse a vivir a este lugar, Yolanda mando remodelar las habitaciones para darle un toque de acuerdo a la época en la que se encontraban, los antiguos muebles fueron subastados y el amplio jardín podado. Los cambios que se realizaron fueron fabulosos que se podía decir que era una casa diferente. Yolanda se fue a vivir con su hija Samanta a la impecable casa, aparentemente todo parecía perfecto. No obstante la remodelación, en el jardín se encontraban los gruesos troncos de los arboles que fueron podados, ellos silenciosamente externaban que era un jardín de una casa antigua. En la habitación de Samanta se encontraba un hermoso como antiguo espejo, era el único mueble que no se había subastado, si ese maldito espejo que traería a margaras.
Los nuevos vecinos realizaron una fiesta e invitaron a todos los que vivían cerca con la intención de conocerlos y entablar una sana amistad. Los jóvenes matrimonios acudieron al llamado y así fue como Samanta conoció a Katia y Paulina que muy pronto se convertirían en sus mejores amigas. Desde ese día las tres amigas fueron inscritas en el mismo colegio y por lo regular se les podía observar juntas realizando la tarea. El lunes y martes se habían reunido en la casa de Katia, el miércoles y jueves en el hogar de Paulina y al llegar el viernes se encontraban reunidas en el jardín de la casa de Samanta, ya habían terminado su tarea y alegres se divertían jugando a ocultarse entre los recovecos del jardín y sus enormes toscos de arboles, en esta ocasión le tocaba a Samanta encontrar a sus amigas cuando sintió una presencia muy extraña a la cual no le prestó mucha importancia, eran aproximadamente las cinco de la tarde de aquel 2 de noviembre cuando Samanta observo una silueta de de un hombrecito que se escondía entre los arboles igualmente como lo hacían Katia y Paulina, era sumamente pequeño, de unos sesenta centímetros, su atuendo negro contrastaba con el reflejo que despedían sus zapatos color plateado, el diminuto ser contaba con un extraño resplandor.
Samanta se encontraba tan impactada que no sabía que decir ni que hacer, como sus amigas se encontraban escondidas frente a ella, observaron su rostro de pánico y decidieron salir de su escondite para preguntarle qué era lo que ocurría. Samanta con un gran esfuerzo extendió su brazo y señalo hacia atrás justo donde se encontraba escondido el extraño ser, que debes en cuando se asomaba para mirarlas. Cuando por fin las niñas voltearon a mirar al lugar que les señalaban, ya el hombrecito se había marchado, pero la cara de Samanta seguía reflejando el miedo, mucho miedo. Katia y Paulina imaginaron que se trataba de una broma, así que de buena gana comenzaron a reír. A Samanta le llevo unos minutos recuperarse de la impresión y aún cuando se esmero en describir lo que había observado, no logro trasmitirlo y sus amigas continuaron sonriendo imaginando que era una broma, un poco ingeniosa pero de muy mal gusto.
La tarde comenzaba a obscurecer el jardín, razón por la cual Katia y Paulina decidieron marcharse antes de que la noche las sorprendiera. Encontrándose sola en el jardín, Samanta decidió ir al lugar donde se había escondido el hombrecito, sorprendida descubrió unas luminosas huellas de unos diminutos piececitos que poco a poco fueron desapareciendo, sumamente preocupada corrió a la casa con la intención de contárselo a su madre, pero se quedo con las palabras en la boca al observar que Yolanda discutía con el que fuera su esposo, así que silenciosa se dirigió a su habitación en la cual se encerró. La niña al encontrarse frente al espejo comenzó a cepillar su cabello olvidándose de lo ocurrido, ya se encontraba tranquila cuando el espejo proyecto tras ella aquella cosa que ni sabia como llamarla, parecía una persona muy pequeña. ¿Pero cómo había llegado hasta su habitación si se encontraba en el jardín? Esto no le gusto en lo más mínimo, dispuesta a enfrentar la realidad, volteo hacia atrás pero ya no se encontraba el diminuto ser. En esta ocasión Samanta no experimento miedo, más bien fue una inexplicable curiosidad y despreocupadamente continuo cepillando su hermoso cabello, esperando descubrir nuevamente al extraño visitante.
Cuando por fin su madre dejo de discutir con Joaquín, decidió ir a ver qué era lo que tenía Samanta pero la niña ya no contaba con deseos de decirle una sola palabra al respecto, en eso timbro el teléfono y Yolanda se dirigió a la sala a contestar.
– Hola señora.
- Hola Paola – contestó la señora al escuchar la delicada vocecita -; ¿Cómo estás?
- Bien, gracias – comentó Paola -; ¿Se encuentra Samanta? ¿Ya está mejor?
- ¿Por qué dices eso? – preguntó la señora muy preocupada -; ¿Acaso tiene algo?
- No es nada grave, solo llame para preguntar cómo se encuentra, me la saluda, Adiós.
Esta fue la breve platica que sostuvieron la señora con la amiga de su hija, por lo que se confundió y se quedó muy preocupada, supuso que Samanta se había molestado porque Joaquín había ido a fastidiarla nuevamente, sin imaginar que el problema era mucho más serio, se dirigió a la habitación y le preguntó a su hija que era lo que sucedía. Samanta le dijo que estaba bien, que eran ideas de Paola, que no se preocupara, por ultimo le dio un beso en la mejilla y se fue a acostar, no obstante seguía pensando en aquel extraño ser, tenía curiosidad por saber quién era y porque la miraba de esta forma, solamente dejo de pensar en ello cuando se quedo profundamente dormida. No fue hasta ese instante que el hombrecito salió debajo de la cama, le deposito un beso en la mejilla, le corto un rizo de cabello y de un brinco desaprecio en el viejo espejo como si se tratara de una puerta a otra dimensión.
Las manecillas del reloj continuaron girando emitiendo su monótono sonido y cuando marcaban las doce de la noche, Samanta despertó sobresaltada, la habitación se encontraba extrañamente iluminaba, la respiración de la niña era agitada y un repentino vértigo la arropo, intentó levantarse para investigar lo que ocurría pero sus músculos no le respondían, no se podía mover, sin saber que estaba ocurriendo intentó gritar pero de boca no salió ni una palabra, sólo podía mover los ojos, ello fue suficiente para descubrir en el buro de su cama aquel ser que comenzaba a aterrarla, sus ojillos verdes de pupilas rasgadas como las serpientes la miraban detalladamente, sus plateados zapatos eran los que iluminaban la habitación, con lentitud acaricio el hermoso cabello de Samanta.
La niña estaba desesperada, luchaba con todas sus fuerzas para tener control de su cuerpo sin tener éxito, al igual sus gritos se ahogaban en su garganta, repentinamente escuchó una voz en su mente que decía:
- “Tranquila princesa, no te resistas que entre más te resistas, más pronto serás mía.â€
- ¿Qué quieres? – pensó para sus adentros imaginando que la escucharía -; ¿Por qué me haces esto?
- “Tú hermoso cabello, es el más lindo que he visto†– escucho en su mente la pequeña.
Samanta logro mover y pegó un grito de horror, que su madre a toda prisa entró a la habitación y abrazándola le preguntó que era lo que le sucedía. La niña lloro con amargura en los brazos de Yolanda, comentándole únicamente que había tenido una pesadilla.
Desde ese día el comportamiento de Samanta fue diferente, ya no fue la misma, ya no le importaba salir de la casa y le daba igual tener o no tener amigas, desde que llegaba del colegio se encerraba en su habitación y de ahí no salía, lo único que hacia era mirar su cabello. ¿Por qué tuvo que pasarme esto? Se preguntaba sin parar de maldecir a aquella criatura. En pocos días aquella niña tan hermosa y alegre no quedaba ni el rastro, aún cuando su mamá intentaba ayudar, ella jamás aceptó contarle toda la historia, pues la extraña criatura que la visitaba la tenía amenazada de muerte y el extraño visitante continuaba con sus misteriosas visitas, cuando ello ocurría, su presencia se encontraba acompañada de una tensa atmósfera y un aire frío azotaba los arboles del jardín. Samanta lo sabía y en una ocasión que sintió esta sensación decidió esperarlo y saber de qué lugar procedía, lentamente se sentó en el filo de la cama, respiro profundo y pausado, el espejo que se encontraba frente a ella emitió una tenue luz y un segundo después ya se encontraba frente a ella, sorprendido el visitante de que lo estuvieran esperando brinco al ropero y se confundió con la colección de peluches, era pequeño, su cuerpo parecía un niño pero su rostro no, sus orejas terminaban en punta, aún cuando la observaba con agudeza, ella se encontraba dispuesta a enfrentarlo, sus miradas se cruzaron por un corto instante.
- ¿Por qué no me dejas en paz? – preguntó Samanta.
- Paz, es algo que yo no conozco – le contestaron -; no sé qué es eso y de hoy en adelante tampoco tu la conocerás.
- ¿Quién eres? – interrogó Samanta -; ¿Qué es lo que quieres?
- Yo soy un Sátiro y me llamo Angaid, yo puedo ser tú amigo si lo deseas y si me rechazas me convertiré en tu peor pesadilla, tú eliges, ¿Qué quiero? Eso es muy fácil de contestar, te quiero a ti y a tú hermoso cabello, me encanta y tú lo sabes.
- No, yo no puedo ser tú amiga, y nunca me tendrás ni a mi ni a mi cabello – dijo Samanta.
- ¿Segura de lo que dices….? Ya lo veremos – comentó el Sátiro mofándose de lo que escuchaba -; miles de pequeñas han dicho lo mismo y en la actualidad su cabello alfombra todo mi castillo de pilares de piedras preciosas, piso de oro y techo de plata.
En un segundo Angaid se encontraba junto a ella acariciando cabello. Samanta se asustó e intentó soltar un grito de terror pero la voz no le salió, intentó moverse, y su cuerpo no le respondió, sólo pudo girar un poco la cabeza.
- Que hermoso cabello, es el más brilloso que e mirado, me encanta y muy pronto adornara mi trono de diamantes y turquesas. Te dije que podíamos ser amigos, yo te puedo dar lo que me pidas, soy muy poderoso, tengo cosas que ni te podrías imaginar con solo pedírmelo puedo hacer que los arboles de tu jardín den de fruto esmeraldas y rubís.
Samanta movió la cabeza haciendo una negación, su rostro reflejaba el miedo que tenía, ya no podía más, quería que terminara todo aquello pero ¿Qué podía hacer? Ni siquiera se podía mover.
- ¿Qué, me estas despreciando? – molestó pregunto mientras acariciaba su cabello -; tú ya me perteneces, eres mía, como prueba de mi amor te obsequio este anillo que con solo ponértelo te trasladara al lugar que quieras.
Samanta sentía que se desmayaría, casi no podía respirar, mentalmente empezó a rezar, a pedirle a dios que la ayudará, con ello empezó a sentir un calor muy agradable, comenzó a recobrar fuerza, hasta que logro dar un salto de la cama y ponerse de pie.
- Magnifico, eres muy fuerte para tú edad – comentó el Sátiro muy divertido-; está bien, por está vez me has ganado pero recuerda lo que te dije y recuerda que volveré, no te atrevas a tocar el espejo que irremediablemente todas las personas a las que amas morirán y será solamente tu culpa, ten presente que tu ceras serás mía, solamente mía, igualmente que tu cabello.
Estas fueron las últimas palabras que dijo Angaid antes de introducirse en el espejo.
Samanta se sentó en su cama muy agitada, la amenaza perduraba en su mente, sumamente agotada se acostó y se durmió sin imaginar que desde el interior del espejo era vigilada.
Al día siguen tratando de alejar al Sátiro, Samanta decidió cortarse el cabello, con ello no solamente daño su cabello, se lastimo su más grande orgullo.
Samanta no se encontraba dispuesta a perder la batalla sin haber luchado, después de mucho meditarlo decidió enfrentar a Angaid, con extremado cuidado palpo el espejo, no encontrándole nada de novedoso, era rígido como todos los demás, repentinamente recordó el anillo y sin ponérselo le amarro un hilo y lo arrojo al espejo descubriendo como desaparecía en el mismo, había descubierto que se trataba de la llave para entrar al mundo del Sátiro, pero no se atrevió a entrar a el, solamente contemplo que efectivamente no le habían mentido, todo se encontraba elaborado de metales y piedras preciosas, el castillo al que se refería Angaid, era la misma casa en la que vivía Samanta pero en otra dimensión. La niña jalo el hilo y recupero el anillo y todo volvió a la normalidad.
Cuatro años trascurrieron desde que Samanta observara el castillo de Angaid, pero el anillo jamás lo utilizo, lo guardo en un alhajero y después lo coloco en un cajón del ropero y lo cerro con llave, dispuesta solamente a utilizarlo cuando no tuviera otra opción.
Samanta ya era una adolecente, no era tan hermosa como antes ni sociable y mucho menos estudiosa, había cambiado demasiado, su semblante ya no era el mismo, su carácter se torno extraño, todo ello era originado por la extraña aparición de Angaid que hasta la fecha se le presentaba cuando se encontraba sola. La jovencita ya era toda una señorita a punto de cumplir sus quince años, pero se había alejado de sus amigas las cuales se preguntaban la causa del radical cambio, en más de una ocasión se le acercaron tratando de ayudarla o por lo menos conocer que era lo que le sucedía, pero ella no les comentaba nada de nada.
La vida para Samanta parecía no tener sentido, imaginaba que nadie la podía ayudar, lo único que sabía hacer era maldecir el día en que sucedió aquel desagradable encuentro. En las noches cuando no tenía pesadillas, soñaba con volver a ser la misma que fue alguna vez, tener sus amigas y dejarse crecer su hermoso cabello.
Esa tarde, como muchas otras, llegó a su casa, sin saludar a su madre se encerró en su habitación. También Yolanda sufría por el cambio de su hija. En el instante que se disponía a conversar con ella escucho que llamaban en la puerta, se dirigió a abrir y con alegría observo que se trataba de las antiguas amigas de Samanta.
- Buenas tardes señora – dijeron al mismo tiempo Katia y Paulina.
- Como están, hace mucho tiempo que no vienen a visitar a Samanta – contestó la Yolanda.
- Queremos hablar con usted – comentó Katia.
- Sí señora, en verdad estamos sufriendo mucho por el cambio de Samanta – dijo Paulina -; queremos saber que le está sucediendo ¿Acaso usted lo sabe?
- Muchachas, yo también sufro mucho por mi hija, ya han pasado unos años desde que cambio su actitud, he intentado ayudarla y no lo he logrado.
- Por favor díganos que fue lo que paso – comento Katia – ¿Acaso tiene problemas con alguien?
- Bueno, indudablemente que ella tiene problemas como todo ser humano, pero los suyos son más serios, una vez me comentó que un hombrecillo la molestaba, como yo no le creí, jamás me volvió a comentar nada.
- El de los Zapatos luminosos – peguntó Paulina.
- Si, ese mismo – comentó la señora muy preocupada.
- ¿Por qué hacen esto chicas? – preguntó samanta desde las escaleras.
- Porqué nos interesas y queremos ayudarte – externó Katia.
- Tienes que aceptar nuestra ayuda – remarcó Paulina.
- Mi amor, por favor acepta que te ayudemos – comentó la mama de Samanta.
Con paso inseguro Samanta bajo las escaleras mientras pronunciaba
- No, ustedes no entienden lo que sucede; las cosas no son tan sencillas, no quiero que las lastimé, no me lo perdonar jamás.
- Amiga no te dejes vencer, uniendo nuestras fuerzas lo lograremos – comentó Paulina sin imaginar la gravedad del asunto.
Samanta llorando abrazo a sus amigas y a su madre, no deseaba contarles más de la cuenta, lo había mirando tantas veces que en la actualidad su mayor anhelo era volver a ser la de antes, estaba cansada de lo que le ocurría.
- Amigas, gracias por su ayuda pero él me ha dicho que no puedo decir ni media palabra – dijo llorando amargamente.
- Mi amor, tranquila que estamos contigo, cuéntanos que más te ha dicho ese maldito engendro – exclamó la mamá de Samanta.
- El siempre me amenaza – comentó muy nerviosa -; dice, dice, dice…
- ¿Qué es lo que te dice? – preguntaron en coro.
- Quiere que me valla a vivir con él – comentó estrujándose las manos -; yo no quiero, es por eso que me corto el cabello, pues me dice que el día que mi cabello vuelva a ser como antes me llevara con él, pero aún así se presenta todas las noches en mi habitación y me araña la espalda, me golpea cuando me resisto, ya no lo aguanto.
- ¿Pero por que te hace todo eso? – dijo Katia con lagrimas en los ojos.
- El me… me – tartamudeo -; me toma a la fuerza, me hace suya cuantas veces quiere, ya no lo soporto, él dice que yo le pertenezco, cuando me duermo sale del espejo y me hace suya una y otra vez hasta que se harta, yo no puedo hacer nada, es muy poderoso y me lástima mucho cuando me resisto, me ha dicho que no se lo cuente a nadie, que si hago lo contrario, él se va a vengar de forma muy despiadada con las personas que amo.
Todas estaban llorando, no podían creer lo que estaba viviendo Samanta, por eso había cambiado tanto su forma de ser.
- ¿Pero mi vida por qué no me lo has dicho antes? – preguntó Yolanda.
- Porque él me dice que sí lo hago te va a lastimar – susurro Samanta.
- Que maldito engendro, – externó Paulina -; tranquila amiga te ayudaremos.
De pronto todo el ambiente se puso frío, Samanta sabía que estaba pasando, y comenzó a llorar diciéndole a todas que se fueran, que él iba a llegar y no quería que las dañara. Un ligero temblor sacudió en el espejo y los muebles de la habitación rechinaron tétricamente. Samanta estaba muy asustada, las amigas la abrazaron muy fuerte pero ella continuaba temblando, Yolanda también abrazo a su hija diciéndole que sería la última vez que la molestarían.
- ¿Samanta por qué lo hiciste? – comentó una voz muy grave que provenía de la habitación -; te lo advertí y no me hiciste caso, ahora pagaras las consecuencias.
El Sátiro se asomo desde la habitación de Samanta, era un ser muy pequeño, vestía todo de negro y calzaba sus inigualables zapatos plateados que brillaban majestuosamente.
- ¿Quién eres? – preguntó Yolanda -; ¿Qué quieres con mi hija?
- Perdón, que descortés soy, me puedes llamar como todos me dicen: Sátiro – pegó un grito ensordecedor -; soy un rey incomprendido, el más grande que ha existido y hasta ahora no he logrado el amor de Samanta, no comprendo porque si todas buscan la riqueza y eso es lo que a mí me sobra.
– Angaid, no te metas con mi mamá, dejala tranquila – comentó Samanta.
- ¿Esa cosa tiene nombre? – tartamudeo Paulina.
- Pero que falta de respeto es esta – externó el Sátiro -; Samanta, estoy muy molestó contigo y con la bruja de tu madre, piensan hacerte la fiesta de quince años y no me han invitado, y no conforme con ello, el paracito de tu amiga me insulta, a demás no has dejado que crezca tu hermoso cabello, ¿Por qué te resistes? comprende que eres mía.
- No, ella no es tuya – grito Katia enfurecida -; tu llegaste ha este hogar sin ser invitado.
- Que se callen sí no quién sufrir lo indeseable – grito nuevamente el Sátiro -; niña ingenua hablas de esta forma porque desconoces la verdadera historia.
- Por favor no las lastimes, ellas no tienen la culpa de nada, deja que se vallan – suplicó Samanta.
- Eso jamás, de aquí no se va nadie – dijo el engendro.
- Maldito – grito la mamá de Samanta -; deja en paz a mi hija.
- No entienden, Samanta es mía, nadie puede hacer nada para evitarlo.
- Estoy dispuesta a mandarte al averno de donde nunca deberías haber salido – dijo la mamá de Samanta.
- ¿Tú mandarme al averno? no me hagas reír – externó el Sátiro al instante que soltó una risotada y comenzó a dar de brincos hasta alcanzar la mejilla de la mamá de Samanta -; mal agradecida, si me encuentro aquí es por tu culpa; ya no recuerdas que no podías tener hijos ni con la ayuda de de dios ni de la ciencia. Solo lograste concebir a Samanta cuando solicitaste los servicios de la bruja del callejón abandonado.
- No le hagas daño, te lo pido por favor – suplicó Samanta.
Katia que era muy creyente en Dios empezó a rezar en voz alta. Paola y la señora se le unieron, obteniendo un gran resultado, el Sátiro empezó a retroceder tapándose los oídos y subiendo las escaleras rumbo a la habitación de Samanta.
Las cuatro mujeres corrieron tras Angaid y llegaron primero a la habitación donde se encontraba el espejo, a prisa Paulina lo descolgó y procedió a estrellarlo en el piso. La madre de Samanta se dirigió al armario en donde tenía un crucifijo y agua bendecida, mientras que el Sátiro hurgaba en el otro cajón hasta encontrar el anillo que le había regalado a Samanta. Yolanda le arrojó el agua gritando con voz fuerte: Retrocede Satanás. El engendro cayó al suelo retorciéndose de dolor, con las pocas fuerzas que le quedaban se coloco el anillo en uno de sus dedos y comenzó a desvanecerse.
- Malditas, algún día volveré – fueron sus últimas palabras.
- Mamá, todo acabó – grito Samanta -; lo puedo sentir, se ha ido, por fin se ha ido. Gracias a dios y ustedes que no me abandonaron.



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